¡Sigue el pulso del momento!

Esta primavera, se vienen sucediendo todo tipo de acontecimientos de carácter colectivo: humanos, políticos, deportivos y algunos personales en mi caso. Una pulsión de vitalidad y renovación sobre la que quería escribir desde hace días sin acertar el tono, por tener emociones dispersas, e incluso contrapuestas, aunque llenas de esperanza: sobre la humanidad, sobre otras realidades posibles, sobre la importancia de celebrar y compartir la alegría, con cualquier escusa.

Hoy me he animado a hacer esta entrada, al releer la entrevista que Víctor Amela hizo el pasado mes de agosto a Michel Maffesoli, un sociólogo de lo cotidiano, un intelectual lúcido, penetrante y de prestigio –interlocutor de personajes tan dispares como Sarcozy, Obama o Benedicto XVI-, experto en iconologías y que recorre con acierto los mitos de nuestra sociedad contemporánea en su libro “Nuestras idolatrías postmodernas, ofreciéndonos un interesante perfil sociológico de lo que somos y de nuestros más profundos deseos.

Maffesoli se define como un viejo anarquista y dice que jamás ha votado, además de considerarse un pagano, ya que pagano viene de pagus, es decir terruño: ¡este de aquí y ahora! Y añade que no pretende paraísos futuros, terrenales o celestiales. No cree en mundos mejores, sino que prefiere éste, a pesar de todo. Una creencia postmoderna, politeísta, en la que no existen verdades absolutas y nos encontramos ante un escenario de verdades menores y relativas con las que relacionarnos. Un escenario de religiosidades difusas y variopintas, plural y a la carta.

Desde el siglo XVII, el modo occidental de socializarte era educare –educar-: sacarte de un estadio –de animalidad y barbarie- para conducirte a otro –de humanidad y civilización-. No obstante, el modelo postmoderno es otro: la iniciación, que se basa en la creencia de que posees un tesoro interior (ver la trilogía del camino del héroe en este mismo blog), que puedes hacer aflorar a través de tu desarrollo personal, en lo que puede ayudarte un maestro, gurú, coach… o incluso un libro. El moderno buscaba la perfección: buscaba desembarazarse de su parte oscura para ir a la luz. El posmoderno, en cambio, busca la completitud: integrar su parte oscura. Luz y sombra a la vez. La integración de contrariosyin y yang– lo mestizo, lo ambivalente y el claroscuro.

Maffesoli habla también de ecosofía: sabiduría de la casa, en el sentido de que el mundo es nuestra casa y que ya no se trata ya de dominarlo, sino de sostenerlo. Tras la crisis económica y financiera palpita una más profunda, la crisis de lo cuantitativo y el anhelo de lo cualitativo: la calidad de vida. Detrás de todos los iconos, emblemas, símbolos, síntomas, está lo emocional. El rey secreto de nuestro tiempo posmoderno, así como lo racional lo fue del pasado moderno. Un buen ejemplo de ello es el fútbol, que también ha sido protagonista de nuestras vidas este fin de semana.

La tradición cartesiana del «yo soy dueño de mí» ha sido reemplazada por el desparrame emocional: «Je m´éclate!», que es lo que dice Maffesoli que es lo que proclaman los jóvenes franceses en sus celebraciones. Algo que podríamos traducir como: «¡Yo me estallo!». Es la entrega emocional al grupo, que hace que nos dejemos llevar por la emoción del estadio de fútbol, que es un modo de religión. Algo que me ha parecido muy adecuado con el mes que estamos viviendo, de indignados, cambios políticos, “champions” y otras celebraciones.

Tengo que reconocer que he vivido una buena parte de mi vida bajo la dictadura de la razón, y que siempre me costó conciliarla con las emociones, sobre todo cuando ejercía como ingeniera. Quizá por eso estoy pendiente del pulso de este momento único, como muchos de vosotros. Desde la emoción, el respeto y la esperanza en que un mundo mejor es posible. Unidos en una cadena humana más fluida y cohesionada, como las gotas que configuran el océano.

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